Siento a veces que el cuerpo ha madurado como una parcela de tierra nutrida que sabe bien que manos necesita para ser arada.
Soy esa tierra que tragó sangre y estiércol. Donde rayos inmensos traspasaron sus venas: dolor, temor, amor, o lo que sea. En esta capa de piel y compost, donde lombrices y rayos han agrietado con una sola voz… la voz del trueno en el corazón. Aún resiste esta tierra, porque es fértil, porque guarda en su arena la textura de unos dedos que la encienden y riegan. Porque cree que seguir creyendo es parte de la resistencia y porque siempre que llovió paró, y sobre este cuerpo mucha agua cayó y no bastó. La tierra hoy asentada reposa un buen semblante, donde la frescura es un instante, donde tu silueta una constante. Soy un suelo compacto, preparado para pasos firmes y tambaleantes. Aunque apenas perceptible, solo oigo el sonido del agua que cae y filtra en mis poros, y hay un solo aroma en mi medio ambiente, el tuyo, que refresca mi alma y da paz a mi mente, sos como el petricor con una mirada simplemente.
Natalia Benítez